MÉXICO ELIGE PRESIDENTE. OPCIONES Y PERSPECTIVAS
José Valenzuela Feijóo.[1]
“Respetad el orden
existente (…) y seréis eternamente esclavos”
Práxedis Guerrero
I.- El contexto. Breve referencia
En México, el patrón de acumulación neoliberal empieza con el sexenio
de De Lamadrid, hacia 1982. Los resultados, acercándose a su cuarta década, en
términos de crecimiento, distribución del ingreso, ocupación y grado de
dependencia, han sido desastrosos. Las garras del narco se extienden, la
violencia es igual o mayor que la existente en el Medio Oriente (en el 2017,
hubo 25 mil muertos con cargo a la violencia del crimen organizado, tantos
muertos como en Siria). Y si el país ha caído en un dramático proceso de
descomposición social y moral, se debe en muy alto grado al impacto disolvente
que ha tenido el neoliberalismo.
En la
historia, procesos de desintegración social y de los códigos morales que
acompañan a los correspondientes sistemas sociales, son relativamente
frecuentes. Y son progresivos pues van acompañados por la emergencia de nuevas
relaciones sociales y de nuevos y congruentes códigos morales. Lo peculiar y
peligroso, en el caso de México, es que opera una aguda descomposición de lo
viejo sin que emerjan nuevos códigos sociales y morales que reemplacen a lo que
muere. En este marco, el ser humano queda en una especie de vacío, de desamparo
en el cual ya no sabe cómo debe comportarse y, mucho peor, no sabe qué esperar
de los otros. La gente se acerca al otro y no sabe si encontrará una mano
extendida o un revolver que dispara. Se cae, por ende, en una ansiedad profunda
y se reacciona con el lema de que todo está permitido, la traición, el robo, el
mismo asesinato. Esta situación, es bastante grave y si prosigue, equivale a un
suicidio colectivo. La vida humana, valga recordar lo más elemental, no viene
resuelta con cargo a mecanismos biológicos. Aquí, lo que opera es la herencia
histórico-social, el conjunto de pautas de relacionamiento social que le
permiten al homo sapiens resolver los problemas de su subsistencia y
desarrollo. En el país, esa red o sistema social, se desintegra y descompone.
Lo que pudiera ser muy bueno. Lo grave radica en lo otro, en la no emergencia
de un ordenamiento social capaz de reemplazar a lo que se muere.
Una de las
expresiones más visibles del deterioro es la corrupción, la que viene
alcanzando niveles hasta difíciles de imaginar. En el país, la corrupción no es
un invento neoliberal. Es de más larga data. Pero es muy claro que el estilo
neoliberal la fomenta y profundiza. Y corre a los de arriba, a los del medio y
a los de abajo. Algunos, creen que es un problema subjetivo, de valores de
vida. Y que se puede resolver con prédicas morales, con oraciones y buenos
ejemplos. Nada más equivocado: la actual corruptela, que llega a niveles
monstruosos, tiene causas objetivas (el patrón neoliberal) y si éstas no se suprimen,
la corrupción seguirá.
En este
marco, ¿qué alternativas con posible relevancia histórica se pueden barajar?
Podemos señalar: 1) se mantiene el modo neoliberal y el país se sigue
desintegrando y pudiera incluso volver a perder territorios; 2) emerge una
dictadura militar apoyada por Estados Unidos; 3) surge y se desarrolla una
alternativa social y política que rechace y liquide al neoliberalismo y apunte
a un desarrollo capitalista de nuevo tipo. Abriéndose aquí dos posibilidades
gruesas: un capitalismo demo-burgués y nacional o un capitalismo impulsor de la
industria pesada, nacionalista y represor (que pudiera embonar con la opción
2).
En las
elecciones próximas, Anaya y Meade se inscriben en la opción 1 y López Obrador
en la 3: capitalismo demo-burgués.
II.- Anaya, vaciedad e impudicia
A las próximas elecciones
presidenciales, la derecha mexicana neoliberal llega dividida y con dos candidatos
bastante mediocres. Uno de ellos, es Anaya, que va por el PAN y los patéticos
desechos que van quedando del PRD o “grupo de los chuchos”.
Anaya,
siendo del PAN, se inscribe en la extrema derecha mexicana. Con una diferencia
nada menor. Es un panista de nueva generación, ya muy alejado de los
fundadores, de Gómez Morín y otros que lo siguieron. Este grupo, era de derecha
y bastante clerical. Con un rasgo que importa subrayar: se movían en política
con un halo de idealismo y hasta de “decencia” que no era menor. Por el
tremendo peso del PRI en los antiguos tiempos y por el real ostracismo en que
se movían, necesitaban –para subsistir- de una componente espiritual y ética
que no era despreciable. Todas las distancias guardadas eran algo parecido a
los viejos cristianos, los de las catacumbas. También estaban influenciados por
las encíclicas papales con contenido social, como la Rerum Novarum y
siguientes. Además, en un porcentaje no menor, sus mejores dirigentes no
aspiraban a la política para acumular un buen capital. Por lo demás, para nada
eran “curas descalzos”: manejaban grandes haciendas, empresas y bancos. En su
estilo, usar la política para engordar el bolsillo, no era propio de
caballeros.
Con un más
o con un menos, el viejo PAN operaba con esos ingredientes. El nuevo, es uno
que se desarrolló con especial fuerza a partir del gobierno de Fox y del
despliegue del modelo económico neoliberal. En este caso, el dinero y el poder,
logrados a cualquier precio, incluso el de la decencia, se transforman en la
primera finalidad de la vida. Aquí, el fin justifica los medios y si es
necesario mentir, traicionar, robar y hasta asesinar, se sigue adelante con una
impresionante “fuerza de voluntad”. Y se comprende el impacto que esta actitud
moral tienen en el ejercicio de la política.
Anaya
pertenece a esta nueva generación de políticos panistas. Son como “hijos
naturales” de Fox. Entienden la política como un negocio, y los negocios como
actividad política. Para ser políticos, creen firmemente que también deben ser
capitalistas. Aunque capitalistas un tanto especiales: la mayoría de sus
negocios están localizados en sectores improductivos y en la gestión de sus
empresas suelen practicar el ausentismo casi absoluto. Delegan la gestión y se
limitan a cobrar sus ganancias. En breve, como clase empresarial son un
verdadero himno a la inutilidad. Por lo mismo, se pueden calificar como
segmento social del todo superfluo.
En este
marco, se entiende que en nada contribuyen al crecimiento económico del país.
Amén de que, como políticos, son evidentes agentes impulsores de la corrupción.
Si alguien quisiera buscar en estos nuevos políticos (“pirruris”, “juniors”,
“hijos del Itam”, etc.) una clara concepción del país, una buena comprensión de
su historia y un real proyecto de nación a futuro, perderá completamente su
tiempo. No están para estudiar y pensar con seriedad: éstas, son actividades
que, para ellos, no rinden dividendos.
Anaya es
parte de esta nueva generación panista neoliberal, superficial, vanidosa, mediática
y muy ajena a los ideales caballerescos de ética y decencia. Tiene algunos
negocios que, se dice, son muy turbios y que, en todo caso, le parecen rendir
elevadísimos beneficios. Los escrúpulos y el respeto a sus semejantes, no son
su fuerte. Es de los “políticos pirruris”, audaces y trepadores, de los que a
sus rivales le meten el codo hasta el fondo de la garganta. Su ascenso en el
PAN, hasta llegar a ser su dirigente nacional parece marcado por tal estilo.
Anaya, es de los que cultivan lo que
parece nuevo, en el mejor estilo mercantil, mediático y publicitario. El ideal,
aquí, es vivir a la moda, usando a lo aparentemente nuevo, como factor de
prestigio social. Y cambiar de “ideas” y valores como quien se cambia los
calcetines. Lo curioso es que, ante lo verdaderamente nuevo, manifiestan un
terror metafísico. En materias de economía, por ejemplo, hacen abluciones
infinitas: nos hablan de lo “bueno que es el libre mercado” y defienden a
rajatabla a economías (como las neoliberales) del todo dominadas por
estructuras monopólicas. También señalan que la intervención estatal es dañina
y atentatoria a la libertad de los humanos. Confunden estadista con estatista
y, sin saberlo, son seguidores de Adam Smith y de los que inauguraron la
escuela neoclásica (los “marginalistas”) allá por 1870 o antes. También de
Milton Friedman (el que fuera asesor de Pinochet, el dictador sudamericano), en
sus versiones más populacheras. Pero se creen libertarios y novedosos.
Este político maneja una oratoria que
recuerda a los leguleyos litigantes. O lo que la jerga popular denomina
“pica-pleitos”: hablan hasta por los codos y se creen infalibles. Para lo cual,
si es necesario decir que el sol es de color negro, no vacilan en hacerlo. Su
falta de ideas sólidas tiene expresiones múltiples. Podemos elegir dos: frente
a la extrema pobreza, termina por copiar al “populista” AMLO: si éste ofrece
20, Anaya cree ser realista y ofrece 80. Igual que Meade quiere preservar el
modelo neoliberal y rechaza volver al pasado. Es curioso, entre 1940 y 1982
(fase “populista”), el PIB crecía entre 6-7% promedio anual. Luego, durante la época
neoliberal (de 1982 a la fecha), el PIB crece en el orden del 2.0%. ¿Por qué
esta extraña preferencia? ¿Será porque hay un delgado 1% que sí obtiene
ganancias espectaculares y no desean soltar el cuerno de oro?
En las últimas semanas, para darle
“contenido” a su campaña, Anaya recurre a la “poesía”. Nos habla de niños que
ríen, de jóvenes que bailan, de adultos etc. Si Villaurrutia o López Velarde
escucharan, se suicidan. En verdad, si como poeta es degradado, como político
es de una vaciedad total. Un filósofo alemán, de seguro lo tomaría para
ejemplificar la noción de vacío absoluto.
III.- Meade : ceguera y
extremismo ideológico
¿Cómo
evaluar el desempeño de una economía? Se pueden privilegiar tres variables: a)
los ritmos de crecimiento del PIB; b) la evolución de la distribución del
ingreso; c) los posibles cambios en el grado de dependencia externa. La
calificación sería alta si el crecimiento es elevado (5-6% o más, por año),
mejora la distribución del ingreso (medible por la participación salarial y por
el Gini) y, el país eleva su grado de autonomía, económica y política. Desde
1982 a la fecha, en el país ha imperado el modelo neoliberal y en las tres
dimensiones que se han señalado, los resultados son desastrosos. La dependencia
se agrava al nivel de parecer ya una cuasi-colonia de EEUU, la distribución del
ingreso se torna muy regresiva y más de la mitad de la población gira en torno
a la marginalidad. Y en cuanto al crecimiento, en términos de PIB por
habitante, la situación es de cuasi estancamiento (gira, gruesamente, en torno
al 0.5% anual). El candidato Meade, ha ocupado altos cargos de gobierno en los
últimos 20 años. Por lo mismo, es alto responsable de sus resultados. Si
hubiera pudor, debería disculparse y hacer mutis por el foro. Irse a un retiro
espiritual. Pero no hay tal. Se autoproclama “el mejor” y parece convencido de
que el modelo neoliberal es lo mejor. La noche está oscura y lóbrega y él nos
habla de un día soleado y angelical. En esto, aparte de una fuerte dosis de
cinismo, también opera una sobre-ideologización. Digamos algo sobre este punto,
muy típico de estos niños de Chicago.
Por
ideología, podemos entender una visión distorsionada de la realidad, en la que
la distorsión viene causada por intereses sociales (clasistas, para ser más
precisos) tales o cuales. Hay visiones ideológicas que suelen ser sofisticadas
y otras que son muy burdas. Durante la Edad Media europea, la filosofía tomista
es un buen ejemplo de una visión ideológica sofisticada (para su tiempo). Hoy,
en México, la ideología que practican los teólogos del Itam, es una expresión
bastante burda y que se importa por completo de algunos textos o cursos
introductorios, impartidos en algunas universidades estadounidenses.
Intelectualmente, es una basura. En términos mediáticos, ha llegado a ser lo
dominante.
Entre
otras perlas, esta ideología explica las ganancias del capital a partir del
“sacrificio” de su consumo que harían los capitalistas. O sea, si éstos no
reciben ganancias, no ahorrarán. Y si no hay ahorro, no hay inversión ni
crecimiento. Que los capitalistas se abstengan de consumir (¿son faquires los
Azcárraga, Slim y cía.?) es una broma
macabra. Y si observamos la experiencia de México desde 1982 a la fecha, vemos
que el ingreso que va a los capitalistas ha crecido en términos desorbitantes
(la plusvalía llega ya a un 85% o más del Ingreso Nacional), pero han invertido
muy poco y el crecimiento ha sido casi igual al de la población. O sea, un
desempeño económico aberrante y que contradice frontalmente a la teología de
Meade y del Itam. Y valga agregar: en el período neoliberal, la inestabilidad
macroeconómica (PIB, Inversión, PIB industrial) se ha triplicado respecto al
período previo de 1940-1980. Pero con una desfachatez desopilante, siguen
hablando de estabilidad macro.
Otro
ejemplo: la ideología neoliberal trabaja un modelo teórico de “libre
competencia”. Sus rasgos, poco coinciden incluso con los del capitalismo de
libre competencia real (vigente, en el Primer Mundo, allá por el siglo 19).
Pero lo que es mucho peor: en el mundo contemporáneo, lo que domina en términos
aplastantes son las estructuras monopólicas, en la producción interna y en el
comercio internacional. No obstante, la ideología es tan fuerte que insisten en
la relevancia del modelo. En toda ciencia auténtica, si la realidad no coincide
con el modelo teórico, éste se recompone. Pero en el corpus neoclásico de los
Meade, Videgaray y cía., si difieren realidad y teoría, la respuesta es tanto
peor para la realidad. Si fueran físicos, seguirían con la física de
Aristóteles, renegando de Newton, de Planck y de Einstein. Ideólogos como Meade
también ven a la intervención estatal como algo nefasto y también muy
anticuado. Pero con su habitual “honestidad”, silencian los casos de China e
India, los países de mayor crecimiento en las últimas dos décadas y que han
aplicado políticas de intervención estatal muy exitosas.
La lista
de distorsiones se podría alargar ad-infinitum. Pero en una nota no es posible
hacerlo. La pregunta que emerge es la de ¿por qué tan terca deformación de lo
real? ¿Qué factores pueden explicar tamaña terquedad? Para el caso, siempre se
recomienda acudir a la interrogante de los latinos antiguos: ¿cui bono? ¿A
quién le sirven estas deformaciones de la realidad?
En el caso
concreto que nos preocupa la respuesta es clara. Tal ideologización o
distorsión le resulta favorable a la muy delgada capa social que se beneficia
con el funcionamiento del modelo neoliberal. En México, se estima que los
grandes beneficiados giran en torno a unas 400-500 familias. El grupo es
delgadísimo, pero controla el poder económico, el poder político y el poder
ideológico del país. Y especialmente con cargo a este último factor (o
“dictadura mediática”) se ha logrado imponer una gigantesca falsa conciencia
social en el país. Al punto que una parte importante de los más desarrapados
terminan votando en favor de los grandes banqueros.
La
sobre-ideologización es causal de ceguera. Por lo menos de un estrabismo agudo.
Pero en Meade hay algo más. De inteligencia limitada, se auto-proclama como el
mejor en todo, hasta de “baby sitter”; un poco más y se dice campeón olímpico,
delantero goleador y sucesor de Hugo Sánchez.
Sobremanera, se declara un modelo de
honradez. Y también apunta que tiene una larguísima experiencia en el sector
público, trabajando para el PRI y para el PAN. Esta alta “elasticidad” va
asociada, si creemos en sus palabras, a una miopía excepcional. Ha vivido 20 o
más años al lado de personajes cuya corrupción es desmesurada y no ha visto
nada, escuchado nada, percibido nada, pensado nada. Por lo mismo se ha quedado
calladito. “Quel solitude” diría algún gabacho. ¡Qué ceguera más calculada!
diría el pueblo azteca.
IV.-López Obrador presidente:
desafíos no menores
En las
elecciones del 1° de julio, el triunfo de AMLO, parece inevitable. Debería
lograr entre un 40-45% o más, de los votos totales. Y supera por unos 25 puntos
porcentuales al que le seguiría. La pregunta que muchos se hacen es si el
bloque de poder (la “mafia del poder” como la ha bautizado AMLO) se atreverá a
incurrir en un fraude que debería ser gigantesco, algo que pudiera incendiar al
país. Para la derecha, esta posibilidad, pensamos, “más que un crimen, sería
una estupidez”. Algo poco inteligente. Suponemos, entonces, que López Obrador
asume la Presidencia. Se trata de un dirigente político carismático, de gran
capacidad y con una llegada a los sectores populares que es fuerte y directa.
¿Cuál es
el contenido básico del programa de AMLO?
En
términos muy gruesos, se pueden señalar: a) es un programa en favor de un
desarrollo capitalista, de tipo no neoliberal. Y tal vez más favorecedor de las
empresas capitalistas de tamaño medio y pequeño; b) busca mejorar la
distribución del ingreso y en este sentido es democrático; c) tiende a
recuperar la importancia del mercado interno (recuperar el papel de la
industria) y de la regulación estatal. También, suavizar la actual extrema
dependencia externa. Tienen, por ende, alguna componente nacional; d) en el
programa que se maneja, aparecen algunos componentes neoliberales no menores.
En suma,
un programa capitalista, democrático y nacional, con fuertes concesiones al
bloque neoliberal. Lo último se expresa en términos de: a) aceptar la autonomía
del Banco Central. Con lo cual, se deja la política monetaria y la cambiaria en
manos de un sector ultra-reaccionario y que tiene vocación por políticas que
provocan duras recesiones; b) se rechaza el aumento de impuestos (en el país la
carga tributaria es muy baja), un posible déficit fiscal (a veces,
imprescindible) y algún endeudamiento adicional. Con lo cual, las posibilidades
de un fuerte incremento en la inversión y, por ende, en el crecimiento, se
debilitan y hasta podrían desaparecer; c) la política industrial y la programación
industrial que se esgrimió en otros años, parece diluirse y hasta desaparecer;
d) sin una fuerte inversión industrial, no hay crecimiento del empleo
industrial. Con lo cual surge una duda mayor: ¿el esfuerzo por mejorar la
distribución del ingreso se asentará en los conocidos programas
de asistencia (la “limosna estatal”) o en el crecimiento de ocupaciones productivas
y bien pagadas? En lo cual emerge el dilema típico: ¿se puede mover la variable
distribución sin modificar la variable producción? e) ¿qué pasará con las
políticas de comercio exterior –aranceles, tipo de cambio, tratados de libre
comercio, controles o no sobre la inversión extranjera-, con las importaciones
y exportaciones, según origen sectorial y por destino? No está demás apuntar:
en estos ámbitos, la ideología neoliberal ha penetrado con gran fuerza e
impuesto tabúes. Por ejemplo, si se habla de control de importaciones (algo que
de seguro sería imprescindible en un programa que busque mejorar la
distribución del ingreso y elevar la inversión) la reacción es de escándalo.
Que así reaccionen los impulsores del neoliberalismo, es muy explicable. Pero
que también lo hagan algunos segmentos progresistas, es lamentable y también
propio de suicidas.
Los puntos
b, c y d, están íntimamente conectados. Y según el modo de abordarlos, se puede
resolver con seriedad o no el problema de la distribución. Lo primero es
asegurar muy altos ritmos de crecimiento y, como condición sine-qua none,
elevar drásticamente la tasa de inversión. Y hacerlo con una distribución
sectorial que sea congruente con los nuevos patrones de distribución de ingreso
que se busca materializar. El impulso a la inversión puede exigir aranceles (al
menos durante un período inicial), que pudieran hacer corto-circuito con
algunos elementos de Tratados de Libre Comercio. Con ello, valga el apunte,
resurgirá una discusión que ha estado escondida: ¿sirve el libre comercio (que
de libre tiene poco o nada), para el crecimiento de las economías dependientes?
Como sea, el punto a subrayar es: una mejor distribución sustantiva exige
dinamizar el crecimiento de las ocupaciones productiva y bien pagadas. Y por
esta ruta, disolver la pobreza y la marginalidad. Lo otro, la “limosna estatal”,
a la larga nada resuelve. Y hasta es, en algún grado, compatible con el estilo
neoliberal. Y con la descomposición social.
Se puede
también advertir: apenas se plantea la necesidad de un cambio relativamente
profundo, la discusión teórica también se debe profundizar: apuntando a los
temas más relevantes (no a las tonterías de Walras) y a las posturas teóricas
más hondas y rigurosas (en la línea de Marx, Feldman, Novojhilov, Lange,
Kalecki, Dobb, Sweezy, los clásicos hindúes y de Cepal, etc. No para la copia
burda sino para la inspiración para seguir y recrear dichas líneas).
En
términos muy gruesos, existe la impresión de que, durante su campaña, AMLO ha
ido reduciendo los componentes heterodoxos y de cambio estructural. Y que se ha
ido asimilando al credo neoliberal. Pudiera ser una táctica de campaña para
suavizar los ataques mediáticos. Para luego, ya en la presidencia, retomar el
programa progresista. ¿Pero es posible tal redirección?
Supongamos
que AMLO gana las elecciones. Y no olvidemos que ganar elecciones no es lo
mismo que ganar el Poder, sobremanera el poder del Estado (el que tampoco es
idéntico al gobierno). Y que somos vecinos de EEUU. También se debe subrayar:
el triunfo de AMLO tendrá un tremendo impacto en América Latina y generará una
gran solidaridad en los pueblos de la región.
En un primer momento, de seguro se
vivirá un ambiente de fiesta, de gran alegría popular. A la vez, desde el
primer minuto se iniciará una lucha áspera, a veces no visible, en otras
explícita. Por un lado, la cúpula del poder, con todas su fuerzas y medios
tirará del eje político hacia la derecha. Lo cual, implica que el nuevo
gobierno se somete, en lo medular, a los criterios neoliberales. Por el otro,
los sectores populares, con cargo a sus intuiciones y conciencia política,
empujando el eje hacia el otro lado, hacia la izquierda. Como en el juego de “las
vencidas”, de la fuerza e inteligencia de los rivales, dependerá si se mantiene
o desahucia al modelo neoliberal.
De la
derecha, cabe esperar que busque asediar y acorralar al nuevo gobierno. La
presumible estrategia sería la denominada “golpe
blanco”. Esta estrategia implica asediar sin pausas y poner contra la pared
al nuevo gobierno, bloquear sus iniciativas y obligarlo a asumir tareas
neoliberales. Para el caso, incluso se amenaza con un posible golpe de Estado
militar. Si el “golpe blanco” funciona, las políticas y medidas progresistas
desaparecen. Y las que se ejecutan, son las de tipo neoliberal. Con ello, la
cúpula neoliberal saca las castañas con la mano del gato. El nuevo gobierno se
distancia y frustra a los sectores populares. Y se desprestigia al programa y a
los políticos progresistas. Al cabo, el pueblo puede terminar con un
escepticismo profundo que lo puede llevar a alejarse de la política. O sea, le
deja libre el campo de juego a la extrema derecha.
Ciertamente,
tal ruta no es fatal. Ante el embate de la derecha neoliberal, la propuesta en
favor de desahuciar el estilo neoliberal sólo podrá triunfar si se logra
desarrollar una sólida lucha popular. Lo cual, implica: a) avanzar hacia una
organización política sólida, enraizada en la clase obrera industrial y que se
construya, en lo básico, a nivel de los grandes centros de trabajo. Hasta
ahora, la ruta que se ha privilegiado es la electoral. Pero si de fuerza
política se trata, la lucha debe desplazarse hacia otros carriles, a crear fuerza
en los centros de trabajo (por ejemplo, probar con el impulso a posibles
Consejos Obreros). En este ámbito, resultará clave la lucha por desplazar
completamente a los dirigentes sindicales corruptos (“charros”) del control que
hoy ejercen en industrias claves (como, por ejemplo, en la industria
petrolera). Asimismo, los trabajadores organizados deben estar alertas para
rechazar cualquier intento golpista; b) en estricta concordancia con la lucha
política a desplegar, deben impulsarse grandes saltos en la conciencia política
de los sectores populares. Debe aquí subrayarse: en la lucha clasista, la pura
indignación no basta. Cierto que sin ella nada se puede hacer. Pero la rabia (que
a veces se traduce en “infantilismos de izquierda”) debe avanzar a la clarividencia,
a un descontento racionalmente canalizado.
Existe
otro aspecto decisivo al cual por lo menos conviene aludir. Como ya se dijo, el
programa de AMLO es demo-burgués: no pretende ir más allá del capitalismo. La
clase obrera, entretanto, si recordamos su situación objetiva y los intereses
que de ella se desprenden, debe aspirar a superar el capitalismo (en
cualesquiera de sus modalidades) y, en consecuencia, apuntar al socialismo.
Pero este logro no se cumple con sólo buenos deseos. Y hoy, la clase obrera
mexicana está a años luz de poseer las capacidades que exige dicha meta. En
consecuencia, manteniendo su independencia y capacidad crítica (que son
condiciones imprescindibles para su ulterior fortalecimiento) debe apoyar
al proyecto demo-burgués. En este contexto, debe apuntarse: en el cumplimiento
de sus metas y propósitos básicos, la experiencia histórica conocida señala muy
claramente que la burguesía nacional es muy vacilante y muy propensa a
inclinarse ante el poder establecido. Pero si existe un movimiento obrero
fuerte y lúcido, capaz de empujarla, es probable que sea menos vacilante y
menos propensa a arreglos vergonzantes con el poder establecido. Es decir, con
la llamada “mafia del poder”. Todo lo cual, reafirma la urgencia de desarrollar
un sólido frente de trabajadores, algo que hoy no existe. Pero que el triunfo
de AMLO, debería generar condiciones que lo tornen bastante más factible.
De seguro,
los primeros meses del gobierno de AMLO serán de fiesta popular, de grandes
alegrías que recordarán los tiempos del general Cárdenas, de la nacionalización
del petróleo y demás. Si la alegría y el festejo se unen al desarrollo de una
organización popular sólida y lúcida, se podrán asentar en bases firmes. El
pueblo mexicano, que tanto luchó al comenzar el siglo 20, inspirado por los
grandes líderes de esos tiempos, los Villa, Zapata, Felipe Ángeles, los Flores
Magón, P. Guerrero y otros, merece esa recompensa. Pero si no logra la fuerza
política requerida, cosechará nuevas y amargas derrotas.
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