América Latina: alternativas frente a la crisis / II de V
José C. Valenzuela Feijóo
Una crisis de orden estructural exige cambios de orden mayor que no sólo afectan a la potencia mundial dominante donde se despliega esta crisis. Los cambios suelen abarcar al conjunto de la economía mundial.
Si recogemos la experiencia histórica conocida y apuntando sólo a lo medular podemos señalar las siguientes mutaciones:
1) Cambios en patrón de acumulación vigente en la potencia mundial dominante.
2) Cambios en la correlación de fuerzas existente entre las grandes potencias imperiales.
s) Cambios en el tipo de nexos que se establecen entre el centro y la periferia del sistema. Si se quiere, se suele asistir a una redefinición de los términos de dominación y dependencia que tipifican a la economía mundial.
4) Cambios en el patrón de acumulación (o en los patrones) vigentes en los países periféricos. En nuestro caso, importando la situación de América Latina.
En estas notas, nos interesa examinar el punto 4. Pero antes, y para mejor entender este mismo aspecto, necesitamos hacer una breve mención a las otras dimensiones del cambio.
Tomemos el caso de Estados Unidos, la gran potencia imperial y dominante. El reordenamiento estructural que se le abre como desafío le exige: a) reducir significativamente su actual tasa de plusvalía y, por ende, mejorar drásticamente la distribución del ingreso a favor de los asalariados. Lo cual, de paso, también facilita reducir la deuda de las familias sin comprimir sus niveles de vida; b) dinamizar fuertemente la inversión privada: si en la actualidad absorbe apenas un 7 por ciento del excedente total, debería pasar a un 25 por ciento o más. Se trata de inversión productiva, lo que supone que en esta esfera, la productiva, se eleva la rentabilidad. Asimismo, que en otras, como la esfera financiera e improductiva, la rentabilidad se castiga. O sea, tiene que darse un fuerte traslado de la plusvalía apropiada a favor del capital productivo y en contra del financiero–especulativo; c) tal dinamización de la acumulación exige una oferta tecnológica, de innovaciones de orden mayor con gran capacidad de arrastre (las tecnologías “limpias” y ahorradoras de energía, son un claro y prometedor blanco). Lo cual, es difícil de lograr sin un fuerte apoyo y gasto estatal (directo o indirecto, vía subsidios) a favor de la educación, la ciencia y la tecnología (I&D); d) se debe mejorar drásticamente la cuenta externa del país. Más precisamente, se deben dinamizar fuertemente las exportaciones y regular el crecimiento de las importaciones. La meta mínima debería ser la de una balanza comercial equilibrada. O bien, como es lo propio de toda potencia imperial exportadora neta de capitales, que tal balanza volviera a ser superavitaria. Por ende, jugar un papel importante como factor de realización de la plusvalía producida (en el sentido de Kalecki); e) en general, tales orientaciones exigen una activa intervención estatal a favor de la acumulación y el crecimiento. Lo cual, por cierto, obliga a desechar las concepciones neoliberales (R. Lucas et al) del tipo “toda política económica es no sólo ineficiente; también es impotente”; f) como factor clave del cambio, se exige un sustancial cambio en el bloque de poder. En éste, las posiciones de mando y hegemónicas, deben pasar desde la oligarquía financiero–especulativa al gran capital industrial productivo.
Sobre la segunda dimensión, tenemos un dato obvio: con la crisis, el mundo unipolar de Bush se acaba. Muy probablemente, Estados Unidos conserve su papel de potencia mayor, pero ahora como “primus inter pares” o, por lo menos, aceptando un fuerte regateo con China, Japón, Europa y algunas potencias emergentes diferentes de China (India y algunas otras). Este reordenamiento, económico y político, en el marco de la crisis, debería provocar conflictos inter–imperiales agudos y mayores. Se trata de redistribuir esferas de influencia y como apuntaba Lenin (en un reciente libro sobre China, también Kissinger), estos desplazamientos suelen exigir una coacción de tipo militar (guerras).
En cuanto a las relaciones centro–periferia bástenos decir que el carácter de la crisis y de los reordenamientos que plantea, abre por lo menos la posibilidad de obtener, por parte de América Latina, una “dependencia negociada”, que mejore –para la región– los términos de la relación.
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