CHILE: INSURGENCIA POPULAR GENERALIZADA
José Valenzuela Feijóo
Para políticos e ideólogos neoliberales,
los que manejan una impresionante prensa internacional, el caso chileno se
considera como una “joya de la corona”. A semejanza de los “tigres asiáticos”,
Chile era el “jaguar” del cono sur. Se habla de crecimiento, de modernidad, de
una sociedad altamente organizada, casi sin anomia.
En Chile, el modelo neoliberal nace
con el sangriento golpe de Estado encabezado por Pinochet y la larga dictadura
que le siguió. Parafraseando un texto famoso, “vino al país chorreando lodo y
sangre por todos los poros.” Durante Pinochet y los inicios del régimen civil,
a veces la economía creció muy rápido. En otras, experimentó caídas profundas.
En promedio, la tasa de crecimiento fue del orden de un 4% o algo más. Luego,
en las últimas décadas (siglo 21, años de la “Concertación”) se redujo
bastante. Lo que siempre ha permanecido es la tremenda desigualdad del modelo.
Con Pinochet, la tasa de plusvalía se duplicó y acercó a un 4.0. Primero, por
un fuerte descenso (cae a la mitad), en el salario real. Luego, con cargo al
mecanismo de la plusvalía relativa (mayor productividad en ramas productoras de
bienes salarios, de la agricultura en especial) y, sobremanera, con el de la
plusvalía absoluta: la jornada legal, hoy es de 48 horas a la semana (amén de
que abundan las horas extras).Y se comprende: con tal tasa de explotación, la
distribución del ingreso resulta brutalmente regresiva. Y con el alto grado de
monopolio, dentro del sector capitalista. también la desigualdad es muy alta: la
propaganda, habla del “libre mercado”, pero lo que impera son las prácticas
monopólicas, en fijación de precios, colusión, trampas, etc.
Para los trabajadores (incluyendo
capas medias asalariadas), la situación ha sido especialmente dura: los
neoliberales privatizan y/o sueltan el precio de servicios básicos (salud,
medicamentos, educación, agua, luz, gas previsión social, etc.)) y éstos se
comen buena parte de los salarios. Las familias recurren a los préstamos
bancarios y terminan con una carga financiera inmanejable. Pero hay algo más:
el sistema empuja con fuerza increíble el consumo de ostentación: si Ud. no
compra tales o cuales bienes, su estatus social se derrumba. Lo cual afecta
hondamente a las capas medias asalariadas, las que pasan a vivir con un estrés
hondo y permanente.
Consideremos
los cinco deciles más pobres en la distribución del ingreso. Muy probablemente,
el nivel de vida material (en términos absolutos) de esos segmentos es de los
más altos de América Latina, tal vez sólo inferior al de Uruguay (el que
forjara Muxica). Pero, en Chile, el costo psicológico es abrumador. El chileno
de hoy vive en la rabia, en la inseguridad, en el miedo existencial. En la
frustración de los sueños nunca alcanzados.
Hay otra dimensión a destacar en el
proceso chileno. Se trata del profundo y masivo desprecio que han causado la
política y los políticos. Las masas los vienen despreciando más y más, por
falsos y por corruptos. En realidad, aquí la política se ha transformado en un
negocio rapaz (en un mecanismo de “acumulación originaria”), del todo ajeno a
grandes ideales de transformación. Partidos que antes fueron de izquierda (como
el socialista), se han transformado en administradores del modelo neoliberal. Y
algunas nuevas organizaciones que han surgido (con un lenguaje parecido al
“Podemos” de España), llegan al Parlamento y se suman a la defensa del “orden
neoliberal”. En el Chile de hoy, la gente ni siquiera va a votar (algo que
fuera la gran pasión de los chilenos). En las últimas elecciones
presidenciales, la abstención giró en torno al 50% y Piñera fue elegido con un
magro 25% del padrón electoral. En breve, la gente se enoja más y más con el
orden neoliberal y, a la vez, se distancia y escupe a las instituciones
políticas aún vigentes. Y no olvidemos: la Constitución política de hoy es,
todavía, la que firmó Pinochet.
Hoy, los políticos no regulan el
comportamiento de las masas. Y como en éstas no hay felicidad y sí una rabia
que crece, periódicamente surgen movimientos de protestas, casi siempre
encabezados por jóvenes. A veces casi niños como los famosos “pingüinos”. Pero
lo que viene pasando por estos días marca un salto cualitativo. La “chispa” fue
el aumento del precio del Metro, de un 5%. Los jóvenes estudiantes protestaron.
Y en pocas horas la protesta creció y creció, abarcando a segmentos sociales
más y más amplios y diversos. Y apuntando a toda una vasta gama de reivindicaciones
sociales: salud, salarios básicos, previsión, precios justos, contra las brutales
prácticas monopólicas, contra la corrupción de políticos y grandes empresarios.
Y se repite: el Estado debe elevar el gasto social, pero lo debe financiar con
impuestos a los ricos, que hoy poco o nada pagan. La vitalidad del movimiento
resulta maravillosa, es casi mágica: se extendió a los lugares más remotos de
esa “loca geografía” y abarcó a más y más capas de la población. ¿Qué los
unifica y orienta? No hay aquí ninguna organización político-partidaria en
acción. Lo que funciona es el hondo y extendido fastidio contra el orden
neoliberal, algo que espontáneamente surge del mismo corazón de las gentes
chilenas.
La reacción del Presidente Piñera ha
sido bastante histérica: “Chile está en estado de guerra” y, en consonancia, ha
sacado al ejército a las calles. Hasta el martes 22, los muertos se acercaban a
veinte (y la inmunda OEA se calla). Se anuncia un paro nacional y Piñera parece
recular, se reúne con la oposición institucional y promete algunos cambios, de
menor o mayor calado. Trata de ganar tiempo, mete a provocadores en las marchas
y busca medirle mejor “el agua a los camotes”. Tal vez el mejor diagnóstico lo
ha dado la esposa del Presidente. De ella se ha filtrado un diálogo con alguna
amiga cercana: “los insurrectos son alienígenas”, “la situación está muy grave
(…) tendremos que reducir y compartir nuestros privilegios.”
El núcleo problemático parece
concentrarse en el espacio de la distribución. Pero no debemos olvidar que esta
esfera viene regulada, en muy alto grado, por el espacio de la producción. Y si
ésta no se modifica de cuajo, no podrán darse los cambios mayores que se exigen
en el espacio de la distribución. En suma, el gigantesco y espontáneo
levantamiento popular que hoy estremece a Chile, debería apuntar a las causas
más profundas del malestar, al fondo que regula y determina los modos que asume
el espacio de la distribución. Se trata de cambiar el modo de producción, que
es la causa última de los males presentes.
Muy probablemente, Chile no será igual
después de esta maravillosa e impresionante rebelión. Pero los cambios quedarán
distantes de lo que el pueblo trabajador necesita. El porqué de este hiato es
conocido: lo que hace 50 años fuera una gran fuerza política de izquierda (y
que tampoco fue suficiente), en el Chile de hoy ha desaparecido casi por
completo. Y sin una conciencia de clase muy desarrollada y una muy sólida y
vasta organización política, los buenos deseos y la rabia en puridad, siendo imprescindibles, no bastan: hay que
transformar la rabia en fuerza política. Pero podemos esperar, por la misma rica
historia del pueblo chileno, que ese cambio cualitativo esté próximo.
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