El G20 en París: otro fracaso más

ARTURO HUERTA GONZÁLEZ
La Jornada de Oriente

Los ministros de Hacienda del G20 se reunieron el 18 y 19 de febrero en París para discutir cómo corregir los desequilibrios macroeconómicos mundiales, cómo poner fin a la guerra de divisas y cómo encarar la volatilidad de los precios de las materias primas y los alimentos.

Según Estados Unidos (EU), los actuales desequilibrios mundiales tienen como gran responsable a China, que mantiene muy depreciado el yuan y acumula un descomunal excedente de su balanza comercial. La contraparte de ello son los déficits de comercio exterior que enfrentan Estados Unidos y Europa (con excepción de Alemania), lo que deprime los rendimientos en el sector productivo y frena la economía de tales países. Estados Unidos quiere establecer un límite de 4 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) para los desequilibrios de cuentas corrientes, en el sentido que China, y el resto de los países que tienen superávit no excedan el 4 por ciento de su PIB, para que el resto de los países no tenga déficit superiores al 4 por ciento, lo que implicaría frenar el crecimiento de China y demás países con superávit de comercio exterior. Ello evidencia que los países desarrollados quieren salir de sus problemas económicos a costa de que dejen de crecer las llamadas economías emergentes.

Para tal efecto los EU y Europa, presionan a China para que trabaje con tipo de cambio flexible, y lo determine en torno al mercado, y así sus grandes reservas internacionales llevarían a valorar (encarecer) su moneda, y a perder competitividad, por lo que se reducirían sus exportaciones y se incrementarías sus importaciones, por lo que los países desarrollados, dicen que ello ayudaría al proceso de abordar los desequilibrios económicos. Es decir, así Estados Unidos y Europa podrían reducir sus compras de China, e incrementar sus ventas a tal país. Lo que no reconocen las grandes potencias es que lo que el éxito que China y otros países asiáticos están teniendo con sus exportaciones y en su dinámica económica, y los efectos negativos que ello ocasiona a los países que están perdiendo competitividad frente a ellos, es lo mismo que por décadas acontecio, cuando Inglaterra en su momento, y después Estados Unidos y Europa eran las potencias exportadoras y de gran dinamismo mundial, que mantuvo en bajo crecimiento y en el subdesarrollo al resto del mundo. Ahora los llamados países desarrollados no quieren perder frente al poderío económico de China, que ya es la segunda economía más grande del mundo, habiendo superado a Japón y Alemania, y quieren sujetar a China a reglas e indicadores económicos para que deje de crecer, y no los siga relegando. Un país, o varios, por más poderosos que sean, no pueden imponerle reglas económicas de comportamiento al resto. Si los países con déficit de comercio exterior quieren superar tal situación, deben incrementar su productividad, devaluar sus monedas, así como revisar los niveles de apertura económica con que trabajan. De hecho Estados Unidos ha venido devaluado el dólar, como instrumentando políticas proteccionistas, y tiene proyectos de inversión para incrementar su productividad, pero quiere facilitar su proceso de ajuste, tratando de imponer medidas económicas a China y otros países, a su favor. Esa siempre ha sido la lógica de las grandes potencias, crecer a costa del resto.

Otro de los desequilibrios que les preocupa al G20, es el déficit fiscal y la deuda pública. Para lo cual se han pronunciado por la austeridad fiscal. Lo que no entienden los ministros de Hacienda del G20, como el FMI y el Banco Mundial, es que el sistema capitalista siempre ha crecido con desequilibrios macroeconómicos, llámense déficit externo, y déficit fiscal, lo que implica que hay países que crecen con superávit externo, y hay sectores que son superavitarios (como el sector privado) gracias al déficit fiscal. En un contexto donde el sector privado no está invirtiendo, y las familias no están incrementando su consumo, debido al desempleo y a sus bajos salarios, el gobierno tiene que trabajar con gasto deficitario para así contrarrestar el efecto recesivo que ocasiona la menor inversión y consumo. Si los países del G20 se pronuncian por la reducción del déficit fiscal, lo que ocasionarán es la desaceleración de sus mercados internos, que es el mercado externo de otros, por lo que se generalizará una recesión a nivel mundial, pues no hay quien sea el motor del crecimiento.

A los economistas conservadores les preocupa que el déficit incremente la deuda pública y las presiones inflacionarias. Un gobierno soberano que tiene el control de su moneda y trabaja con tipo de cambio flexible, no tiene problemas de financiamiento de su déficit fiscal, y aparte éste no sería inflacionario dados los altos niveles de capacidad ociosa y desempleo existentes, por lo que pueden trabajar con déficit fiscal.

Al G20 le preocupó también el alza de precios de las materias primas y de los alimentos, y el Banco Mundial dijo que ello “podría acentuar la inestabilidad política, y podrían caer gobiernos y las sociedades inclinarse hacia el desorden”. Habría que acalarar que no solo es el alza de precios de los alimentos lo que está originando revueltas masivas, sino que éstas son consecuencia de la marginación y el atrazo en que han vivido las grandes mayorías de los países subdesarrollados como consecuencia de las políticas económicas predominantes, emanadas de los organismos financieros internacionales, que son instrumentadas por gobiernos que se subordinan a los intereses del gran capital internacional, y que han relegado los intereses de sus pueblos, los que están diciendo, ya basta a esas tiranías, y a esas políticas.

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