LA VISIÓN NEOCLÁSICA Y SUS PRESUPUESTOS DE BASE.

José Valenzuela Feijóo.[1]


1.- De la teología a la teoría económica.
Durante el período medieval, el corazón de la ideología dominante radicaba en la filosofía escolástica. Son las construcciones de Santo Tomás, en especial, las que ordenan y sistematizan la cosmovisión feudal. En la fase que cubre el ascenso histórico de la burguesía, el núcleo ideológico se desplaza hacia la filosofía laica: el racionalismo ilustrado francés (Helvetius, D’Holbach, Voltaire, Diderot y los enciclopedistas) junto al empirismo inglés (Hobbes, Locke, David Hume, Smith, Bentham) son las fuentes de la ideología dominante.
En los tiempos actuales, que son los de un capitalismo monopólico que ha roto completamente con el ideario radical y progresista de la burguesía originaria y en ascenso histórico, el núcleo de la ideología del poder se vuelve a desplazar y ahora lo encontramos en la teoría económica. Más precisamente, en la doctrina neoclásica, sobremanera en su versión walrasiana. Esta ideología, en su vertiente más reaccionaria, es lo que a fines del recién pasado siglo ya se ha venido denominando, popularmente, “neoliberalismo”. El cual, ha tenido bastante éxito en permear las ideas que se suelen manejar sobre el modo de funcionamiento de la economía, sobre la política económica, etc. En suma, ha penetrado fuertemente a la conciencia social, a tal punto que casi todos hablan de “libre mercado” para referirse a realidades económicas en que es aplastante el peso de las estructuras oligopólicas.
Asimismo, tenemos que esta ideología va más allá de la economía. De hecho, transforma en una cosmovisión de carácter general a la mayor parte de los presupuestos meta-teóricos que maneja la doctrina.
En un ensayo corto, no podemos entrar a una exposición detallada y mucho menos a una crítica fundada de la teoría neoliberal o “neoclásica”.[2] Pero sí podemos mencionar algunos de sus presupuestos más generales e importantes. Es lo que pasamos a realizar, distinguiendo las siguientes dimensiones: a) el atomicismo teórico o “el todo es igual a la sumas de sus partes”; b) el postulado de racionalidad fuerte; c)fenomenismo o noción de una realidad plana; d) una visión estática y ahistórica de los fenómenos económicos y sociales; e) rechazo de los conflictos y visión de una realidad social armónica; f) idealización del mercado y del capitalismo; g) conservadurismo político.

2.- El atomicismo teórico.
Una primera y decisiva dimensión se refiere al atomicismo teórico.
En la visión que nos preocupa, el punto de partida es el individuo, aisladamente considerado.[3] Este, se considera en tanto consumidor o bien, como productor. En uno y otro caso, se trata de agentes individuales, en cuyas decisiones no inciden las relaciones sociales que pudieran establecer con otros individuos, consumidores o productores.
En términos muy gruesos, tenemos que dada la dotación relativa de recursos productivos y dada la tecnología (que funciona como un dato o variable exógena), son las preferencias del consumidor (sus “gustos”), las que, al final de cuentas, deciden qué y cómo se va a producir. Es decir, la asignación micro y macroeconómica de los recursos. Por ello, se habla de “soberanía del consumidor”, una figura mítica y apologética como pocas. Las mencionadas preferencias, se manejan a nivel individual y, si se es riguroso, deben considerarse innatas. [4]De aquí las sempiternas alusiones a Robinson Crusoe. En tal contexto, con cargo a un aparato instrumental muy característico y un conjunto de supuestos bastante arbitrarios[5], se examinan vg. las decisiones de consumo de cada agente y se deduce la respectiva “curva de demanda individual”. Y luego, se pasa a estimar la demanda agregada simplemente sumando las funciones individuales. Para la oferta (producción) el procedimiento, en su sentido más general, es similar. De aquí, además se deduce una muy nítida consecuencia: en esta perspectiva, la macroeconomía desaparece. Es decir, se reduce a una suma simple de los teoremas que se manejan a nivel micro. De aquí que cuando los neoclásicos se ponen a indagar sobre “los fundamentos microeconómicos” de la macro keynesiana, terminan por disolver completamente a ésta. Como sea, para nuestros propósitos, el punto a destacar es la visión general: los fenómenos complejos se pueden reducir a sus partículas más elementales. Luego, si conocemos a éstas, ya conocemos al todo. Como se dice en un texto de Mill: “los seres humanos en sociedad no tienen más propiedades que las derivadas de las leyes de la naturaleza individual y que pueden reducirse a éstas”.[6] O en Girvetz: “el atomismo trata el carácter de cualquier entidad como enteramente derivado del carácter de sus partes, consideradas como existencias independientes, homogéneas y unitarias. Toda totalidad compleja puede ser desmenuzada o analizada en sus partes al margen de las demás, siendo la totalidad únicamente la suma de sus partes”.[7]

3.- El postulado de racionalidad.
La teoría neoclásica maneja un postulado central: el consumidor y en general todo agente económico despliega una conducta racional, lo cual le permite maximizar la utilidad (bienestar, ganancias, etc.) que busca. Que el ser humano sea un animal racional, es algo –que sepamos- que prácticamente nadie niega.[8] El problema mal podría radicar en esta caracterización y, por lo mismo, la crítica a la postura neoclásica no debe conducir a la muy grotesca afirmación de que el hombre es un ser irracional. En otras palabras, el dilema entre la “racionalidad” que predican los neoclásicos y la caracterización del ser humano como un retrasado mental, es un dilema falso.
El punto es otro. En la visión neoclásica de vg. el consumidor, éste no solamente debe elegir la mejor combinación que hoy puede efectuar respecto a su canasta de bienes de consumo. Para bien maximizar su utilidad debe contabilizar una gran multiplicidad de diversos valores de uso, cotejar sus precios, su utilidad marginal, su restricción presupuestaria, etc., hasta llegar a ese punto de equilibrio que maximiza su bienestar. Algo que ya, de por sí resulta bastante complicado. Por ejemplo, en el análisis siempre se supone que el consumidor respeta el principio de transitividad: si se prefiere (b) a (a), y se prefiere (c) a (b) y (d) a (c), entonces se prefiere (d) a (a). Lo cual, es algo que parece bastante lógico. No obstante, las encuestas que se han hecho suelen mostrar que en un muy alto porcentaje los consumidores infringen este principio. O sea, inclusive en este nivel, se trata de una racionalidad (obviamente, tal constatación empírica no equivale a demostrar que los consumidores son idiotas) sujeta a múltiples restricciones y limitaciones. Es lo que se suele denominar “racionalidad acotada”. Pero aún hay más exigencias: en los últimos tiempos al pobre consumidor los neoclásicos lo hacen manejar un horizonte de tiempo infinito y es en este espacio intemporal donde deben efectuar sus decisiones maximizadoras. Con lo cual, lo transforman en una máquina de calcular que es equiparable a las más potentes computadoras de comienzos del nuevo siglo. Además, esta máquina nunca mira a las otras máquinas para ver qué consumen ni se ven influidas por ellas: sólo decide el individuo sin que en él influyan las decisiones de los otros.[9] La escuela, con el afán de demostrar que el sistema maximiza utilidades y eficiencia, termina por manejar un consumidor que ya ni como sombra se parece al consumidor real. De aquí el método de análisis del todo apriorístico que maneja la teoría: se construye una especie de consumidor robot o máquina calculadora que elige y maximiza utilidades entre posibilidades que casi son infinitas. Esto, en vez de hacer algo muy simple: observar qué efectivamente hacen los consumidores, los de carne y hueso no los que suponen los textos, cuando vg. entran a un super-mercado o a la vieja tienda de la esquina.

4.- Una realidad plana.
La idea de una realidad plana que sólo considera la exterioridad de los fenómenos está profundamente arraigada en paradigma neoliberal. Por lo mismo, la búsqueda de rasgos esenciales internos se considera algo infructuoso, una “inercia metafísica” impropia de la ciencia moderna y que sólo da lugar a una pérdida de tiempo. En todo esto, se reproducen las posturas de Mach y del positivismo más estrecho. Al respecto, valga apuntar que toda la ciencia moderna, tanto la que estudia los fenómenos de la naturaleza como los de la sociedad, rechaza del todo esta suposición. Al respecto Duncan Foley habla de la “falta de democracia de las determinaciones”, o sea, de una realidad que está internamente jerarquizada, con segmentos o estratos más decisivos y determinantes que otros. Por el contrario, “en la economía neoclásica generalmente se considera que las determinaciones que subyacen a una situación operan simultáneamente; es decir, todas las determinaciones se consideran igualmente importantes en la producción del resultado final. Un ejemplo de este enfoque puede encontrarse en el modelo neoclásico del equilibrio competitivo general.”[10] En un plano más general, Bunge señala que “la realidad tiene una estructura de varios niveles. Esta es una hipótesis ontológica contenida en (y apoyada por) la ciencia moderna, la de que la realidad, tal como la conocemos hoy, no es un sólido bloque homogéneo, sino que se divide en varios niveles o sectores...”.[11]
Conviene precisar: en los primeros neoclásicos, Menger en especial, se rechazaba el fenomenalismo. Es a partir de Gustave Cassel, que se niegan las esencias. Y, como regla, se maneja la noción (más bien implícita), de la equipotencialidad de las variables económicas. De aquí el actual generalizado rechazo al método marshalliano del equilibrio parcial y su reemplazo por los modelos de equilibrio general walrasiano. Lo cual, por cierto, hunde a estos esquemas en la esterilidad más profunda.

5.- Una realidad estática.
La preocupación principal de los neoclásicos es averiguar las condiciones del equilibrio económico, de consumidores, empresas, etc. De hecho, se supone que la economía capitalista funciona como un sistema homeostático: si surge una circunstancia desequilibrante, la economía reacciona poniendo en acción fuerzas que reestablecen el equilibrio (el símil que usualmente se usa es el del péndulo). Se trata, en consecuencia, de un equilibrio estable y que también es estático, en el sentido de que no altera las magnitudes básicas en juego. Esta situación se rompe sólo ante la presencia de factores externos (“exógenos”) que alteran los datos o parámetros básicos. No hay, en consecuencia, fuerzas internas que determinen e impulsen el cambio del sistema. Por consiguiente, la economía – en esta perspectiva- se mueve sólo a partir de “shocks externos”. Un muy típico ejemplo de lo que ocasiona esta perspectiva es el tratamiento neoclásico de las estructuras de libre competencia y de las estructuras oligopólicas. Estas, amén de ser muy poco estudiadas (se sostiene que representan un “caso marginal”), jamás se conectan con las primeras. Es decir, esta teoría es absolutamente incapaz de explicar el desarrollo de la libre competencia y su inexorable transformación en competencia monopólica. Ni que decir que en materias de desarrollo económico la teoría es igualmente impotente.
Esta visión estática también implica una conceptualización ahistórica. Es decir, como regla no se manejan categorías históricamente delimitadas. Tomemos el caso del capital. Desde sus mismos inicios, los neoclásicos suponen que el capital es un medio de producción que sirve para producir otros bienes. Como escribía Jevons, “el capital consiste de riqueza que nos ayuda a producir más riqueza”.[12] Con lo cual se nos dice que siempre ha existido el capital (como que el hombre –según decía Franklin- es un “animal hacedor de instrumentos”) y, por lo tanto, capitalismo. Que este sistema de producción sea algo histórico y por lo tanto “perecible” es algo que conciente o inconscientemente se rechaza por completo.[13]

6.- Armonías y ausencia de conflictos.
La cosmovisión neoliberal también maneja una visión armonicista de las realidades sociales. En este esquema más o menos angélico, el fenómeno del excedente económico es rechazado y, por lo mismo, desaparece la categoría explotación y los conflictos que de ella se derivan. En su reemplazo, se presenta una visión en que : i) aparecen diversos “factores de producción” y no grupos (o clases) sociales; ii) estos factores son complementarios –se ayudan entre si- y su combinación responde a factores tecnológicos y de precios relativos; iii) cada factor recibe una remuneración que refleja su contribución (el valor de su “producto marginal”) al proceso productivo. En suma, no existe el fenómeno de la explotación y sí una justicia distributiva, técnicamente determinada. Por lo mismo, Jevons declaraba que “como regla general, la huelga es un acto de locura”.[14] Asimismo, llegó a negar la existencia del conflicto clasista en el capitalismo: “el supuesto conflicto del trabajo con el capital es una ilusión.”[15] Un siglo después, esta postura no cambia. Para los esposos Milton y Rose Friedman, en una economía de mercado capitalista, “las condiciones en que se realiza cualquier transacción son aceptadas por todas las partes que intervienen en la misma. La transacción no se producirá mientras las partes no crean que van a resultar beneficiadas con su realización. Como consecuencia de ello, los intereses de las diversas partes se armonizan. La cooperación y no el conflicto es la regla.”[16]
Las dimensiones de complementariedad y armonía se manifiestan también en el espacio del intercambio mercantil. Aquí, con cargo a la caja de Edgeworth-Bowley, se supone que ambos sujetos (el comprador y el vendedor) aumentan su bienestar cuando entran en un intercambio de mercancías. Si se trata de economía internacional, también se supone que el libre comercio eleva el bienestar de vg. los dos países que entran en contacto. Más aún, en algunos teoremas muy conocidos, se llega a sostener que el libre comercio pudiera llegar a provocar la igualación de los respectivos salarios nacionales. Fenómenos como la explotación y las transferencias de valor en el ámbito internacional, son realidades que la teoría ortodoxa simplemente desconoce. Como decía uno de los padres fundadores del neoclasicismo, El principio es claro: si la realidad no se ajusta a la teoría, tanto peor para la realidad.[17] Con ello se borran (en el papel, claro está) los conflictos y se mantienen las premisas de un beatífico mundo de armonías económicas y sociales.

7.- Idealización del mercado y del capitalismo: la componente apologética.
En el ideario neoclásico encontramos una fuerte idealización del mercado capitalista. La doctrina, que siempre postula un esquema de libre competencia, señala que el mercado no sólo es capaz de coordinar y darle cierta congruencia al conjunto de actividades económicas privadas (algo que nadie rechaza, empezando por Marx). Junto a ello agrega: i) el mercado se encarga de ocupar al conjunto de los factores de producción (postulado de pleno empleo y de “vaciamiento” de los mercados particulares); los asigna en términos óptimos (i.e., maximiza la eficiencia); iii) también logra maximizar el bienestar de los consumidores. Es decir, de la sociedad en su conjunto. En todo esto, se reconocen algunas excepciones y problemas, pero de inmediato se agrega que son marginales y no afectan sustantivamente a las hipótesis de base.
Pero hay algo más y que se refiere a la distribución del ingreso. Recordemos dos planteos muy característicos, según los enuncia Milton Friedman. Primero: la distribución refleja las preferencias de la sociedad. Citemos: es posible que “una gran parte de la existente desigualdad de la riqueza pueda considerarse como producida por los hombres para satisfacer sus gustos y preferencias”.[18] El juicio resulta inaudito aunque sólo nos revela algo usual en esta escuela: Friedman confunde las preferencias del 10% más rico con las del resto de la sociedad. O bien, si nos situamos al interior de su esquema teórico, nos dice que el 90% más pobre prefiere bienes cuya producción demanda recursos productivos que ellos no poseen. Esto, aunque cualquiera sabe que los bienes que integran la canasta salarial, como regla son más intensivos en trabajo vivo que los otros Segundo: el mercado no genera una distribución más regresiva. Al revés, la torna más equitativa: “no hay ninguna razón para suponer que el mercado agrava la desigualdad en la propiedad de los recursos.” Más aún, se sostiene que “históricamente, la fundamental desigualdad de nivel económico ha sido y es (...) mucho mayor en las economías que no se basan en el mercado libre que en aquellos fundadas sobre la libertad de mercado.”[19] En suma, los mercados no regulados mejoran la distribución del ingreso. Algo que la evidencia disponible rechaza por completo. Por ejemplo, en la actualidad, al entrar la economía en un fuerte proceso de desregulación), la distribución del ingreso se ha tornado notoriamente más desigual. Tanto en el centro como en la periferia del sistema.
La idealización mística del mercado también se lleva al ámbito del comercio internacional. En este plano, el ya nada joven modelo de Heckscher-Ohlin, señalaba que dadas ciertas premisas (casi todas propias de la libre competencia neoclásica) el comercio internacional terminaría por provocar la igualación de los salarios entre el polo desarrollado y el polo subdesarrollado del sistema. Es decir, que desaparecería la actual desigualdad entre naciones que tipifica a la economía mundial. Algo que resurge en los últimos años con cargo a la “nueva teoría del crecimiento”: partiendo del modelo previo de Solow se postula un proceso de convergencia (“absoluta” o “condicionada”) en el nivel de productividad de los países.[20]

8.- La dimensión político clasista de la teoría.
Ningún economista (en verdad, ningún ser humano) puede colocarse al margen de los conflictos sociales. Siempre, de uno u otro modo, conciente o inconscientemente, terminan por apoyar a uno u otro de los bandos en conflicto. Algo análogo vale para los grandes sistemas teóricos: no pueden ser neutrales y siempre operan con una determinada dimensión clasista. Según la sra. Robinson, “Marx trata de entender el sistema con objeto de precipitar su caída. Marshall trata de hacerlo aceptable mostrándolo bajo una luz agradable. Keynes trata de encontrar en qué aspectos ha estado equivocado, con objeto de aconsejar los medios que lo salven de destruirse a sí mismo.”[21]
Es decir, tenemos paradigmas que se alinean con transformaciones de orden mayor, radicales y revolucionarios, que se proponen avanzar a un sistema post-capitalista. Otros, como Keynes y su escuela, que buscan la reforma: cambios sí, pero sin alterar la matriz capitalista del sistema. Finalmente, están las posturas más conservadoras asociadas al paradigma neoclásico.[22] Por lo mismo, “las doctrinas económicas siempre nos llegan en forma de propaganda. Esto va ligado a la propia naturaleza del tema y pretender que no es así en nombre de la ‘ciencia pura’ es rehusarse en forma anticientífica a aceptar los hechos.”[23]
Esta situación de no-neutralidad, no necesariamente afecta al contenido científico (o contenido de verdad) de los grandes paradigmas. Aunque sí impone restricciones que pueden llegar a ser mayores. En breve, surge el problema de los condicionantes socio-históricos del conocimiento. En el ámbito de las ciencias sociales, en un plano muy general, como mínimo deberíamos considerar dos grandes condicionantes.
a) La posición social de clase con la cual se alinea la teoría tal o cual. Como regla, la clase políticamente dominante, en el plano económico opera como clase explotadora. Es decir, con cargo al mecanismo económico se apropia (sin contraparte) de cierta porción de los frutos del trabajo ajeno. Y por lo menos en los tiempos modernos, reconocer la realidad de la explotación es algo que se considera poco útil (mas bien al revés) para la legitimidad del sistema. Por lo mismo, se genera una presión estructural para ocultar-disfrazar esa realidad y las teorías conservadoras se ven obligadas a desconocer nada menos que las bases mismas del sistema, lo que obviamente obstaculiza brutalmente su eventual poder explicativo.
b) La fase histórica. Las clases en ascenso, aunque sean explotadoras, se ven determinadas a desplegar un agudo filo crítico contra el statu-quo y la clase explotadora tradicional: caso de la burguesía europea (inglesa y francesa) durante el siglo 18 y la primera parte del siguiente. Citación que la puede llevar a reconocer sin tapujos el hecho de la explotación, tal como fue el caso de Smith, Ricardo, Mill et al (o sea, los grandes clásicos de la Economía Política). En breve: una clase en ascenso histórico y que, por lo mismo, lucha por derrocar a la que está en el poder, se ve obligada a desplegar una perspectiva teórica crítica sobre los fundamentos mismos del modo de producción tradicional. Pero, si ya se ha consolidado en el poder y el nuevo sistema ha triunfado y desplazado al antiguo orden, puede y debe dar un giro copernicano en sus inquietudes doctrinarias: ahora se trata no de criticar sino de santificar-legitimar al nuevo orden.
Lo mencionado, aunque sea crudo, nos permite deducir: por sus propósitos, la teoría asume inevitablemente un contenido apologético: oculta o distorsiona algunos aspectos centrales del sistema y busca embellecer-legitimar los temas que pudieran ser políticamente peligrosos como vg. el fenómeno de la explotación. Por lo mismo, de instrumento del saber se transforma en instrumento de alienación. Así las cosas, se comprende el apoyo que el paradigma neoclásico recibe de la clase dominante y de sus aparatos de Estado.[24] Apoyo que también implica marginación y coacción-expulsión de los paradigmas rivales, en especial del marxista.
Demos un paso adicional. Los tiempos que corren (2007) son aún los tiempos del neoliberalismo. En este contexto podemos identificar tres grandes agrupamientos clasistas: obreros, burguesía industrial y burguesía financiera. Y adscribir a cada uno los principales paradigmas en juego. La situación sería:


a) Neoclásicos → → → Burguesía Financiera.
b) Keynesianos → → → Burguesía industrial.
c) Marxistas → → → Trabajadores (proletariado industrial).


En el marco neoliberal tenemos algunas correspondencias que son útiles de subrayar.
Primero: los grupos (a) y (b) coinciden en la preservación del sistema y en su rechazo a la clase obrera. Segundo: los grupos (b) y (c) coinciden en verse perjudicados y hasta excluidos del modelo neoliberal. Tercero: el grupo (b) tiende a vacilar y oscilar entre (a) y (c), aunque más frecuentemente hacia el lado de (a). Cuarto: a nivel académico, la resultante viene siendo el imperio del “pensamiento único” (el neoclásico walrasiano) y el notorio debilitamiento del pensamiento crítico en las Universidades, inclusive en las públicas.
En breve, los tiempos del neoliberalismo neoclásico no son buenos tiempos. Ni para el progreso ni para la verdad.

9.- Los “atractivos” de la teoría.-
El monopolio neoclásico se preserva no sólo con cargo a la coacción directa. Esta, suele operar en casos extremos. De ordinario, funcionan otros mecanismos. De ellos, se pueden mencionar:
a) El ostracismo o marginación al que son condenados los que esgrimen un pensamiento crítico. Esta marginación asume una triple figura: i) falta de acceso a fondos de investigación y otros recursos económicos que ayudan al trabajo académico; ii) presiones en términos de prestigio: en el medio se tiende a creer que un buen economista sólo puede ser el que maneja a fondo el corpus dominante. Y sólo esto posibilita la carrera académica más un prestigio amplio y elevado. Al final de cuentas, no es fácil mantener la auto-estima si no se participa en la comunidad académica dominante; iii) de modo análogo también operan restricciones para acceder a publicaciones académicas (revistas, libros, etc.)
b) Las ventajas de lo obvio. Es decir, de lo que se supone obviamente conocido.
Expliquemos. Al escribir desde la ideología dominante se da por conocido y compartido el grueso del sistema teórico utilizado. En consecuencia, el autor se puede concentrar en un aspecto y dejar de lado sin mayores problemas a lo demás. Lo cual, no suele suceder para las perspectivas críticas. En estos casos, aparte de exponer los aspectos digamos positivos de la investigación, se suele exigir una muy detallada crítica de lo que sostiene el enfoque dominante.
c) El “efecto de masa”. O de economías de escala. El punto aquí es sencillo y evidente. En países como EEUU, en la academia la proporción del personal neoclásico es aplastante. Si lo comparamos vg. con los marxistas, la relación no es de uno a cien sino de uno a cinco mil. Lo cual, nos muestra muy elocuentemente que el potencial explicativo de una teoría no es el único ni el principal factor que determina su peso académico. Mas bien parece que su incidencia es escasa. Como sea, esto también genera consecuencias: los muchos trabajos que responden a la impronta marginalista y la imagen que de ello se difunde: el que puede responder a todo.
A lo indicado, se deben agregar los “atractivos” que se le adjudican al paradigma.
Primero: funciona con dos características que son propias de toda teoría que aspire al estatuto de ciencia. La primera es su carácter sistemático. O sea, nos ofrece un conjunto múltiple de categorías, conceptos y leyes, internamente estructurados y relativamente coherentes entre sí.[25] Lo segundo, es la de operar con un principio unificador: el de la maximización de la utilidad. Este principio le entrega orden y coherencia a todo el sistema. Asimismo, le permite abarcar a un vasto y relativamente homogéneo sector de la realidad.
Segundo: es un paradigma que maneja una gran sofisticación técnica, de corte matemático. En principio, el uso extendido de las matemáticas u otras herramientas formales es valioso y hasta imprescindible. Pero, en el caso que nos preocupa, se observa un claro abuso y se ha llegado a reemplazar la teoría económica por los ejercicios puramente matemáticos.[26] Asistimos, por lo tanto, a una verdadera perversión en el uso del herramental matemático. Con todo, este exceso cumple otra función: crea una aureola de seriedad, rigor y cientificidad que confunde ampliamente al público no enterado. Más aún, apoyándose en cierta fetichización de los aparatos matemáticos, convierte a sus practicantes en seres auto-convencidos de su “prosapia científica”, les da seguridad y hasta cierta ridícula prepotencia.
Tercero: en la mayoría de los casos o por lo menos en aquellos más conectados con los postulados centrales del modelo, la verificación empírica, directa o indirecta, resulta imposible. Con lo cual, la exigencia popperiana de hipótesis “falsables” no se cumple para nada.[27] O bien, en el caso de ser posible la verificación empírica, en la mayoría de las pruebas se rechaza la hipótesis teórica. En este plano, encontramos fracasos estridentes. Por ejemplo, en el caso de hipótesis que sostienen: a) el dominio de los rendimientos a escala decrecientes (o constantes) y decrecientes al factor; b) el reino de la libre competencia, tal cual la define esta escuela[28]; c)la relación positiva entre ahorro e interés con la causalidad operando desde el ahorro a la inversión; d) la plena ocupación de los recursos productivos, en especial de la fuerza de trabajo, que sería capaz de asegurar una economía de mercado sin regulaciones; e) etc.
Valga agregar: en muchos de los trabajos empíricos que parecen hacerse a la sombra del modelo neoclásico, resulta que sus especificaciones infringen –por la vía de supuestos ad-hoc, a veces de apariencia inocua- algunas de las hipótesis o postulados centrales del modelo.
Con todo, a la teoría se le podría reconocer: aunque no describe ni interpreta bien los procesos económicos reales, puede servir tal vez de ayuda u orientación genérica para intentar asumir una conducta maximizadora. Es decir, si se la entiende, en un sentido muy abstracto, como una especie de praxeología normativa. En este contexto, quizá valga la pena traer a colación una antigua observación: esos principios genéricos, casi entendidos como un problema matemático de máximos y mínimos condicionados, pudieran ser mejor utilizados en una economía planificada más que en una de carácter mercantil. Algo que, si lo aceptamos, también nos señala la nula capacidad de la teoría neoclásica para entender los reales problemas y procesos de la economía capitalista.
En el plano de los buenos consejos, repitamos, la teoría pudiera quizá jugar algún papel. Por ejemplo, en vez de creer esa tontería de un consumidor operando como una super-computadora del Pentágono, podemos simplemente asumir algo elemental: clarificar nuestras preferencias, ajustarlas a nuestro presupuesto y, cuando entremos a un super-mercado, olvidar la publicidad y actuar (i.e. comprar) con la mayor congruencia que nos sea posible. Se podrá decir que esto es muy poco, que es hasta banal. Son casi como los buenos consejos de una abuelita, presentados con curvas de nivel y sofisticación matemática. Pero la teoría no da para más.
[1] Universidad Autónoma Metropolitana, División de Ciencias Sociales.
[2] Exposiciones críticas en 1) John Weeks, “A Critique of Neoclassical Macroeconomics”, St. Martín Press, N. York, 1989; 2) Richard Wolff y Stephen Resnick, “Economics: Marxian versus Neoclassical”, The John Hopkins University Press, Baltimore, 1987; 3) E. K. Hunt, “Property and Prophets”, 7ª edic. corregida; cap. 8; M.E.Sharpe, N. York, 2003. .
[3] “Los individuos son el punto de partida de la teoría neoclásica, tal como lo exigen los presupuestos del individualismo metodológico; es a través de sus conductas y elecciones como deben ser explicados los fenómenos económicos y sociales”. Cf. Bernard Guerrien, “La théorie économique néoclassique”, T. 1, Microéconomie; pág. 11. Ed. La Découverte, Paris, 1999.
[4] Según Karl Menger, “padre fundador” de la corriente austriaca de los neoclásicos,
[5] Con ellos, no se pretende fijar los perfiles básicos del espacio de análisis sino, más bien, elegir las premisas que permitan deducir los resultados que el afán apologético anda buscando. Por ejemplo, “probar” que el sistema asegura una utilización de los recursos productivos que es plena y a la vez óptima.
[6] J. S. Mill, “Systeme de Logique déductive et inductive”, Tomo II, pág. 468; Alcan, París, 1909.
[7] H. K. Girvetz, “The evolution of Liberalism”, N. York, 1963.
[8] Recordemos una muy famosa definición de Marx: el trabajo es “la actividad racional encaminada a la producción de valores de uso”. Cf. C. Marx, “El Capital”, Tomo I, pág. 136. FCE, México, 1973.
[9] Cuando alguna vez se plantea el problema, se considera una “externalidad”. Algo muy peligroso para el modelo de equilibrio general walrasiano.
[10] Duncan K. Foley, “Para entender El Capital”, pág. 18. FCE, México, 1989.
[11] Mario Bunge, “La investigación científica”, pág.321; Ariel Barcelona, 1983.
[12] W. S. Jevons, “Political Economy”, pág. 43; Elibron Classics, London, 2005.
[13] J. Schumpeter es una honroso excepción. Aunque, ciertamente, encajar a Schumpeter en el bando neoclásico resulta bastante difícil. Ver su clásico “Capitalismo, socialismo y democracia”, Tomos I y II, Orbis, Barcelona, 1983.
[14] W. S. Jevons, ob. cit., pág. 67.
[15] W. S. Jevons, “The State in Relation to Labour”, citado por T. W. Hutchison, “Historia del pensamiento económico”, pág. 60. Gredos, Madrid, 1967.
[16] Milton y Rose Friedman, “Libertad de elegir”, pág. 81. Planeta-Agostini, Barcelona, 1993..
[17] “Lo que haría el hombre racional deberá hacerlo el hombre común. Por lo tanto, cuanto más modesto sea el economista acerca del alcance efectivo de su teoría, menos modesto deberá ser acerca de su valor. Cuando no explica, enseña a los hombres cómo hacerlo mejor. Por lo tanto, siempre que observamos a los agentes comportándose en forma distinta a la implicada por la teoría, ello no constituye una crítica para la teoría sino para los agentes.” Cf. F. Hahn y M. Hollis, “Filosofía económica”, pág. 31. FCE, México, 2004. Valga agregar: es muy “curioso” que una teoría que no explica bien la realidad, sirva para orientar la conducta. Los brujos, se auto-justifican con el mismo artilugio.
[18] Milton Friedman, “Teoría de los precios”, pág. 297.Alianza edit., Madrid, 1972.
[19] Ibidem, pág. 19.
[20] Sobre este tema, ver: 1) Ben Fine, “ Endogenous growth theory: a critical assesment”, en Cambridge Journal of Economics,año 24, nº 2; 2000. 2) Ben Fine, “New Growth Theory: more problem than solution”, en Jomo K.S. y B. Fine, “The New Development Economics”, Zed Books, London, 2007.
[21] Joan Robinson, “Ensayos de economía poskeynesiana”, pág. 331. FCE, México, 1987.
[22] Según apunta Seligman, “el cambio que Karl Marx había dado a la doctrina clásica era angustioso, y refutar esta tendencia se presentó como algo necesario y muy probablemente fue hacia este fin a l0 que se dirigió la escuela marginalista.” Cf. Ben Seligman, “Principales corrientes de la Ciencia económica moderna”, pág. 315. Oikos-Tau, Barcelona, 1966.
[23] Ibidem, pág. 334.
[24] “Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante.” C. Marx y F. Engels, “La ideología alemana”, pág 50. Edic. de Cultura Popular, México, 1978.
[25] Por lo menos en la apariencia. Las críticas de Sraffa, Garegnani y otros, pusieron al desnudo incoherencias que afectan al mismo corazón del sistema. Ver: 1) P. Sraffa, “Producción de mercancías por medio de mercancías”, Oikos-Tau, Barcelona, 1966; 2) P. Garegnani, “El capital en la teoría de la distribución”, Oikos-Tau, Barcelona, 1982; 3) G. C. Harcourt, “Teoría del capital”, Oikos-Tau, Barcelona, 1975.
[26] Algo semejante tiende a suceder con la econometría. El español Sala iMartin, fámulo de Barro y Lucas, se ha vanagloriado de correr ¡4 millones de regresiones!. Esto, para “descubrir” fenómenos tan “complejos” como que la acumulación y el capital fijo tienen “alguna” importancia en el proceso de crecimiento.
[27] Es también muy curioso cómo los neoclásicos se adaptan a la perspectiva epistemológica a la moda sin que alteren para nada sus postulados teóricos. Hasta la primera parte del siglo XX, no vacilaban en manejar el apriorismo kanteano, como en los estridentes casos de gente como Ludwig von Mises y F. Hayek. También de Lionel Robbins. Para luego, en la segunda parte del siglo XX, plegarse del todo a las pautas de cientifismo que enarbolara Popper. Lo curioso, divertido o sospechoso, es que luego de “tamaña ruptura epistemológica”, el corpus teórico quedara completamente indemne.
[28] “¿Cómo podemos suponer una competencia perfecta persistente en un mundo de conglomerados gigantescos, cada uno con activos de millares de millones de libras y empleando cientos de miles de personas?” Cf. G. Shackle, “La naturaleza del pensamiento económico”, pág. 24. FCE, México, 1981.

Comentarios

  1. Soy Economista y me parece que hoy en día y con mayor fuerza después de todo el despertar ciudadano en distintos países del mundo, tendremos la tarea de hacer un cambio en el chip interno de todas esas ideologías que nos mostraron y nos muestran en nuestro paso por la carrera. Ahí está el ejemplo claro de los estudiantes en Harvard, pidiendo reconsideración a los postulados y formas de enseñanza.
    Este post me viene bien, porque en él se dice parte de lo que uno sabe pero que lo asume como verdadero y real, cuando nos enseñaron que los supuestos eran muy válidos y que la abstracción de la realidad a un modelo, lo mejor.
    No quiero decepcionarme de mi profesión sino por el contrario hacer uso de ella para hacer el cambio que sea necesario.
    Gracias por su aporte Profesor Valenzuela.

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